«Y,
llegado a su ciudad, les enseñaba en su sinagoga, de manera que se
admiraban y decían: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos
poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y
sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven
todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto? Y se
escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta menospreciado
sino en su tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros a causa
de su incredulidad». (Mateo 13, 54-58)
1º.
La confusión que se produce entre la gente del pueblo de Jesús, nos
hace pensar en la naturalidad con la que había vivido tantos años.
Era uno más, «el hijo del artesano».
Y, a la vez, era el Mesías esperado durante siglos, el Hijo de Dios.
Durante
todo este tiempo no se distingue haciendo cosas extraordinarias; no
hizo milagros patentes, a pesar de que conocería casos de gente enferma,
pobre, necesitada.
Lo
que sí haría es trabajar lo mejor posible, atender al que más lo
necesitaba con especial dedicación, servir con alegría en casa y en el
taller de José.
«Por
su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante
largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de santidad en la vida
cotidiana de la familia y del trabajo» (CEC.-564).
Jesús,
ha venido a traer fuego a la tierra (Lucas 12,48), ha venido a salvar a
los hombres, a hacernos hijos de Dios, a llamarnos a la santidad.
Y está cumpliendo su misión desde el primer día, también durante esos años que llamamos de «vida oculta», porque no aparecen en el Evangelio.
Para
mí, esos años son años de luz, porque ésa es la vida que tengo que
imitar si quiero parecerme a Ti, si quiero ser otro Cristo.
Nosotros
queremos hacer cosas grandes: queremos triunfar en nuestra vida
profesional, queremos tener una familia feliz, queremos tener muchos
amigos...
Pero a
veces nos perdemos en los grandes planes mientras descuidamos el
pequeño deber de cada día: el horario, el trabajo bien acabado, los
detalles de servicio, el cumplimiento del plan de vida, el apostolado.
Que aprendamos de la vida oculta de Jesús a cuidar esos pequeños detalles y, entonces, Jesús hará de nuestra vida algo grande.
2º.
«Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora. Ese
trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras que te
disponen a recibir la gracia de la otra labor -grande, ancha y honda-
con que sueñas» (Camino.-825).
Queremos... cambiar el mundo.
Queremos que la gente conozca a Jesús como le conocemos nosotros.
Entonces la gente le querrá, y se querrán entre ellos al saberse hijos del mismo Padre, hermanos de Jesús.
Como Jesús, también nosotros queremos traer fuego a la tierra: ese fuego del amor; que no destruye, sino que purifica y une.
Pero, ¿qué podemos hacer para ayudarle en esta tarea?
Lo que nos pide Jesús es que le imitemos en su vida oculta.
Que
sigamos en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora: haz lo
que tengas que hacer en cada momento, con la mayor perfección posible.
Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras.
El trabajo de Jesús en el taller de José también era humilde, monótono, pequeño.
Pero
con cuánto amor lo realizaría, con qué perfección -acabando los
detalles, aunque nadie se fuera a fijar en ellos-, con qué espíritu de
servicio.
Si somos fieles en lo pequeño, Él nos dará la gracia de la otra labor -grande, ancha, honda- con la que sueño.
Nuestra vida será fecunda en el terreno profesional y familiar; en el campo apostólico, en el servicio a Jesús y a los demás.
Y cuando la gente se pregunte: «¿de dónde le viene a éste todo esto?» -¿de
dónde le viene esa alegría, esa ilusión profesional, esa facilidad para
querer a los demás?-, les sabremos responder: nos viene de imitar a
Jesús en su vida oculta, de ofrecer a Dios cada cosa que hacemos, cada
pequeño vencimiento.
almudi.org
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