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martes, 31 de julio de 2012

Examen de conciencia ignaciano


EL EXAMEN DE CONCIENCIA

Cinco puntos del examen de conciencia según Ignacio de Loyola
San Ignacio de Loyola sitúa el ejercicio del examen de conciencia en un lugar destacado, propio de la espiritualidad jesuítica. Su momento es al declinar el día y tiene dos cernes principales: primero y ante todo considerar las gracias recibidas; después la reflexión acerca de las faltas o pecados cometidos. Ambos polos conducen propiamente a la santificación personal por medio del agradecimiento y de la humildad.
El siervo de Dios Tomás Morales S.I. (1908-1994), fundador de los Cruzados de Santa María y posteriormente de la rama femenina, Cruzadas de Santa María, ambos reconocidos como institutos seculares, decía lo siguiente acerca del examen de conciencia enseñado por san Ignacio:
«El examen de conciencia es el instrumento oculto del sistema ignaciano, indispensable para mantener el contacto fluido y limpio con Dios. Es también el filtro por el cual se eliminan todos los inconvenientes, que dificultan esa relación. Hacer bien el examen de conciencia cada día, a lo largo del año, supone estar en continuos ejercicios espirituales en la vida diaria».
Bien. ¿Cómo empezar? En primer lugar hemos de tomar nota de algo que se nos suele olvidar: la presencia de Dios. Saber que Él está. Cualquier acto de piedad y cualquier celebración litúrgica tienen como base tanto la iniciativa divina como el Hodie eterno de Dios. Siempre estamos en el 'Hoy' de Dios (cfr. el número 2659 del Catecismo de la Iglesia Católica (=CEC) y sus paralelos, los números 305, 1165, 2836 y 2837). Este preámbulo (aún no hemos empezado el examen de conciencia) nos sitúa, en el aquí y en el ahora en los cuales nos hallamos para, a partir de ellos, experimentar el amor de Dios. Olvidando toda postura hamartiocentrista y todo cuestionamiento negativo de la verdad del hombre, el auténtico examen de conciencia comienza, precisamente, en lo que le es más propio: experimentar y recibir la redención, ya que «la justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo» (CEC, 1994). En la catequesis hay que recalcar esta sana orientación del examen de conciencia, situándola en su justo término y dejando claro que durante el mismo se ha de olvidar el regodeo morboso que se detiene y enfanga en las vicisitudes ordinarias de la vida así como en simplificaciones ideales y artificiosas. Este es uno de los principales motivos por los cuales muchos no avanzan o arrastran la rémora del atasco mental a la hora de examinar la propia conciencia.

Dicho esto, veamos los cinco puntos del examen de conciencia ignaciano:

1— Dar gracias a Dios por los beneficios recibidos
¿Sorprendidos? Eso es porque lo normal es empezar a darse golpes de pecho mientras se repite uno a sí mismo lo perverso que es y todo eso. Y no es que no haya que saber reconocer la propia iniquidad, pero centrarse en ella en lugar de realizar una acción de gracias supone una hipertrofia insana, propia de aquellos cenizos que siempre se lamentan de lo pecadores que son olvidando que Cristo Jesús ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado. El mejor medio para sentirse pobre y experimentar la auténtica gratitud es, precisamente, el hecho de dar gracias, y no la repetición machacona de fórmulas autoacusatorias. Además, dar gracias a Dios nos hace caminar más ligeros por la vida, sabiendo que los bienes materiales son pasajeros. Libre de todo, el cristiano lo posee todo.
2— Pedir luz y gracia al Señor para reconocer los pecados
Como se ve, el examen no es un ejercicio de memoria ni una tarea de autoanálisis psicológico. Consiste en dejarse iluminar por la cercanía de Dios. Por mucho esfuerzo y resolución que pongamos, solamente la luz del Espíritu Santo nos dirá la verdad sobre nosotros mismos.
3— Revisión práctica de nuestros actos
Nos hallamos en el ecuador del examen de conciencia y en lo que es su núcleo. El repaso de los actos realizados, repaso hecho bajo la guía de Dios, nos da cuenta de la eficacia de la oración a la hora de formar nuestra conciencia. Mirar los actos en sí mismos significa que no basta con una visión global de lo realizado desde el último examen de conciencia, sino que hemos de centrar nuestra atención a determinada falta o actitud negativa y persistente.
4— Pedir perdón a Dios por los pecados cometidos
Habiendo tomado conciencia de la culpa personal, nos sentiremos movidos por la gracia para pedir perdón con auténtica humildad. Pedir perdón es también un don de Dios, por eso no surge de aquí un sentimiento de tristeza, como aquellos que dicen hundirse o desanimarse cuando ven sus pecados. Al ser un don de Dios, el hecho de reconocer el propio pecado y, por tanto, de pedir perdón por el mismo, nos conduce al dolor por el amor: nos duele haber ofendido a Dios que nos ama y, junto a ello, se nos concede la alegría propia de quien experimenta la misericordia divina.
5— Propósito de enmienda
Evidentemente no podía faltar la determinación según la cual en la vida espiritual no avanzar es ya retroceder. Así nos dispondremos con todas las capacidades que nos ha dado Dios para corregir nuestra conducta guiados por la gracia. Para ello vale bien la experiencia de san Pablo: «Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto» (Flp 3, 13-14).


San Ignacio de Loyola


Examinad si los espíritus provienen de Dios.
De los Hechos de san Ignacio recibidos por Luis Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo.


(...)Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría.

De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.

Oración

Señor, Dios nuestro, que has suscitado en tu Iglesia a san Ignacio de Loyola para extender la gloria de tu nombre, concédenos que después de combatir en la tierra, bajo su protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos compartir con él la gloria del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.

del muro de Alejandro María

jueves, 26 de julio de 2012

SANTA ANA


ORACIÓN
PARA PEDIR POR LOS HIJOS


Gloriosa Santa Ana, Patrona de las familias cristianas, a Ti encomiendo mis hijos. Se que los he recibido de Dios y que a Dios les pertenecen por tanto te ruego me concedas la gracia de aceptar lo que su Divina Providencia disponga para ellos.
Bendíceles oh Misericordiosa Santa Ana, y tómalos bajo tu protección. No te pido para ellos privilegios excepcionales; sólo quiero consagrarte sus almas y sus cuerpos, para que preserves ambos de todo mal. A Ti confío sus necesidades temporales y su salvación eterna.
Imprime a sus corazones, mi buena Santa Ana, horror al pecado; apártales del vicio; presérvales de la corrupción; conserva en su alma la fe, la rectitud y los sentimientos cristianos; y enséñales, como enseñaste a Tu Purísima Hija la Inmaculada Virgen María, a amar a Dios sobre todas las cosas.
Santa Ana, Tu que fuiste Espejo de Paciencia, concédeme la virtud de sufrir con paciencia y amor las dificultades que se me presenten en la educación de mis hijos. Para ellos y para mí, pido Tu bendición, oh Bondadosa Madre Celestial.
Que siempre te honremos, como a Jesús y María; que vivamos conforme a la voluntad de Dios; y que después de esta vida hallemos la bienaventuranza en la otra, reuniéndonos Contigo en la gloria para toda         la eternidad.
Así sea.
http://www.devocionario.com/santos/ana_1.html




Oración a San Joaquín y Santa Ana

Insigne y glorioso patriarca San Joaquín y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que fueron escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.
Con gran confianza recurro a su protección poderosa y les encomiendo todas mis necesidades espirituales y materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a su solicitud y vivamente deseo obtener por su intercesión.
Como ustedes fueron ejemplo perfecto de vida interior, obténgame el don de la más sincera oración. Que yo nunca ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida.
Denme vivo y constante amor a Jesús y a María. Obténganme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta caridad.
Que yo siempre invoque los santos Nombres de Jesús y de María, y así me salve.


http://www.ewtn.com/spanish/saints/ana_7_26.htm

viernes, 20 de julio de 2012

Divino Niño Jesús


Un minuto con el Niño Jesús

Bendíceme, Niño Jesús y ruego por mí sin cesar.
Aleja de mi hoy y siempre el pecado.
Si tropiezo, tiende tu mano hacia mí.
Si cien veces caigo, cien veces levántame.
Si yo te olvido, tú no te olvides de mí.
Si me dejas Niño, ¿Qué será de mí?
En los peligros del mundo asísteme.
Quiero vivir y morir bajo tu manto..
Quiero que mi vida te haga sonreír.
Mírame con compasión, no me dejes Jesús mío.
Y, al fin, sal a recibirme y llévame junto a ti.
Tu bendición me acompañe hoy y siempre. Amén. Aleluya.

 (Gloria al Padre).


lunes, 16 de julio de 2012

Virgen del Carmen




Virgen del Carmen, dadme amor de Dios.
Virgen del Carmen, dadme la pureza.
Virgen del Carmen, dadme paciencia.
Virgen del Carmen, dadme el fervor.
Virgen del Carmen, dadme fe viva.
Virgen del Carmen, socórreme en la vida y en la muerte.
Virgen del Carmen, salva mi alma 

¡AMÉN!


sábado, 14 de julio de 2012

Flor del Carmelo




Oh Bellísima Flor del Carmelo, Fructífera Viña, Resplandor del Cielo, Madre Singular del Hijo de Dios, Virgen Siempre Pura!
Madre Santísima, después de habernos traído el Hijo de Dios, permanecisteis intacta y sin mancha ninguna.
¡Oh Bienaventurada Siempre Virgen, asistidme en esta necesidad!
¡Oh Estrella del Mar, auxiliadme y protegedme!
¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros!
¡Madre y Ornamento del Carmelo, rogad por nosotros!
¡Virgen, Flor del Carmelo, rogad por nosotros!
¡Patrona de los que visten el Santo Escapulario, rogad por nosotros!
¡San José, fiel Amigo del Sagrado Corazón, rogad por nosotros!
¡San José, Castísimo Esposo de María, rogad por nosotros!
¡San José, nuestro Gran Protector, rogad por nosotros!
¡Dulce Corazón de María sed nuestra Salvación! Amén.
 
ORACIÓN FINAL 
 
Oh Virgen del Carmen María Santísima, que has ofrecido tu especial asistencia en la hora de la muerte a  los que devotamente vistieron tu Santo Escapulario, para que por medio de una verdadera penitencia logren salir de esta vida en gracia de Dios, y librarse de las penas del infierno. Te ruego, Madre, me asistas, ampares y consueles en la hora de mi muerte, y me alcances verdadera penitencia y contrición de mis pecados, perfecto amor de Dios, y deseos vivos de agradarle, para que mi alma no se pierda eternamente, sino que salga segura de esta vida, para gozar la felicidad eterna de la gloria; y al presente consiga lo que en esta oración, por vuestra intercesión, pido a Nuestro Señor.

viernes, 13 de julio de 2012

En el cielo no habrá sino santos


La santidad sigue siendo el requisito indispensable para quien quiera algún día ver a Dios para toda la eternidad


Cierto día, un catequista novato, poco versado en el arte de la persuasión infantil, preguntó a un grupo de chiquillos inquietos que se preparaban para recibir la Primera Comunión: “¿Ustedes quieren ser santos?”.

Al instante y sin pensarlo dos veces todos contestaron en coro: “¡NO!”

¿Había errado en la pregunta? Era otra la respuesta que esperaba. Un “No” atronador y unánime dejaba sin armas a este joven maestro que por un momento se sintió como un Quijote idealista aferrado a usanzas teológicas ya superadas por la nueva “i-cultura”.

Una encuesta posterior permitió a nuestro inexperto docente percatarse que estas diminutas creaturas, que en unas pocas semanas recibirían el Sacramento de la Eucaristía en medio de fotos, vestidos, pasteles, regalos y fiesta, consideraban al santo como una especie de antónimo de Iron man y sinónimo de aburrido.

Aquellos “pequeños teólogos”, que manifestaban rotundamente su deseo de querer llegar al cielo, parecían no haber estudiado aquella verdad tan clara y diáfana como el agua: en el cielo no habrá sino santos, sea que estos hayan llegado inmediatamente después de la muerte, sea que hayan tenido que purificarse en el purgatorio.

Es cierto que este tipo de enunciados que contienen verdades exigentes, contrarias un poco a la moda del “abre fácil” y a la sociedad del bienestar, corren el peligro de ir desapareciendo timoratamente de las catequesis, homilías y sermones, hecho que obedece en nuestra época a la mentalidad de ver como tabú temas como el pecado, el purgatorio y el infierno, y de considerar la invitación a la santidad cosa de ñoños.

Sin embargo, la santidad sigue siendo el requisito indispensable para quien quiera algún día ver a Dios para toda la eternidad. Aquellos pescadores de Galilea, primeros seguidores de Cristo, se dieron cuenta desde un inicio que Jesús pedía algo más que ser ´buenos´ u hombres religiosos más o menos cumplidores de unas reglas. El Maestro pedía la perfección, la santidad, la entrega completa, poner la mano en el arado y no mirar para atrás.

A pesar de la dificultad que divisaron en el estilo de vida que les proponía el Señor, siguieron adelante contra todos los pronósticos, incluso después de haberlo abandonado cobardemente.

El hecho de que haya católicos que no quieran ser santos es señal de que se sabe muy poco de lo que significa serlo o que se tiene una perspectiva bastante pobre de aquello en lo que consiste la santidad.

Utilizando términos de Pablo de Tarso, podemos decir que Jesús no nos pide simplemente ´competir´. Él va más allá, es exigente, nos llama a ´ganar´. Es verdad que el primer lugar en la carrera tiene que esforzarse mucho y sufrir otro tanto, pero también es cierto que solo el primer lugar recibe el premio del ganador.

De la misma manera, ser santo requiere esfuerzo y sufrir la fatiga e incluso el ´aburrimiento´ de intentar vivir extraordinariamente cada momento ordinario de la vida, pero el premio amerita eso y mucho más: ´El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré [...] me manifestaré a él [...] vendremos a él y haremos en él nuestra morada´ (Jn 14,21-23).

Es verdad que ser santos implica tomar la cruz, pero eso es solo una parte de las implicaciones. La santidad como plenitud de la vida que busca todo cristiano, esconde todo un caudal de alegría y felicidad indescriptibles.

San Pablo, que durante su ajetreada vida tuvo que padecer mucho a causa de su decisión de seguir a Cristo hasta sus últimas consecuencias, hablaba del predicador de esta realidad como ´servidor de la alegría´ (cf. 2 Cor 1,24); alegría que no se identifica con el carcajeo estruendoso, ligero y superficial del mundo, sino con el gozo profundo y espiritual que brota del alma. No por casualidad, C.S. Lewis, un autor inglés converso, describió su encuentro con Dios en un libro titulado Cautivado por la Alegría.

Quien ha ´palpado´ o ha colaborado de alguna u otra manera en hacer que un alma experimente en esta vida el gozo de encontrarse con el amor irrepetible y eterno de Dios, no puede menos que dar la razón a aquel poeta del siglo de oro español que decía: ´Loco debo de ser pues no soy santo´ (cf. Lope de Vega).

A pesar del panorama gris en el que el analfabetismo catequético nos ha ido sumiendo poco a poco, fue esperanzador constatar que el grupo de niños que encontró aquel catequista distinguía la hermosura de una vida vivida santamente. Ante personajes como Juan Pablo II y Teresa de Calcuta todos expresaban una honda admiración y un tímido deseo de imitación.

En el cielo, lugar en el que reinaremos para siempre con Dios (cf. Ap 22,5), no habrá sino santos, sea que antes de entrar hayan tenido que purificar la mediocridad de sus almas, sea que hayan comenzado a disfrutarlo aquí en la tierra con una vida santa, una vida alegre.

¡Vence el mal con el bien!
Autor: Jesús Muñoz, LC | Fuente: Catholic.net

miércoles, 11 de julio de 2012

Obras de Misericordia - CORPORALES



Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25, 31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4,5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonies de la caridad fraterna: es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4) . (Catecismo) 


1. Visitar a los enfermos.Nuestros hospitales estan llenos de enfermos olvidados por sus familiares, o bien, personas que por la lejanía con el centro hospitalario, no reciben visita alguna. Es bueno dar dinero para los necesitados, pero que bueno es darnos nosotros mismos. Compartamos de nuestro tiempo con ellos y llevémosles una palabra de aliento, un rato de compañía a esos cristos en su monte de los olivos


2. Dar de comer al hambriento.
Jesús nos ordena compartir con el necesitado cunado nos dice, "El que tenga dos capas déle una al que no tiene, y el que tenga alimento, comparta con el que no"(San Lucas, 3-11). Al compartir nuestro alimento, no solo les llenamos el estómago a nuestros hermanos necesitados, sino que les mostramos el amor de Dios que no los deja desfallecer. 


 
3. Dar de beber al sediento.
Con cuantas ganas nos bebemos un vaso de agua fresca luego de recorrer un largo trecho para calmar nuestra sed. ¿Cuántas veces pensamos en nuestros hermanos que no tienen un lugar donde beberlo?. Pensemos en aquellos que se enferman porque deben calmar su sed con agua contaminada, aquellos que mueren de sed porque otros la desperdician, incluso Jesús, en su trance de muerte, sintió sed y lo exclamó con tanta vehemencia, que un soldado romano le acercó una esponja con hiel y vinagre para que la calmara. ¿Sómos nosotros peores que ese soldado romano como para negar agua al sediento?.


4. Dar posada al peregrino.
Existen muchos inmigrantes que esperan nuestra ayuda para poder vivir dignamente junto a su familia, ayuda que debe hacerse presente en toda forma y a todo momento. Recordemos que esos hermanos desposeídos son Sagrarios del Espíritu Santo que merecen al menos una Tienda de Encuentro con el amor Divino.



5. Vestir al desnudo.
A menudo nos encontramos con hermanos que estan vestidos con harapos o bien se encuentran desnudos, viéndose disminuída su dignidad de hijos de Dios. Ayudémosles a recobrarla brindándoles una vestidura limpia y respetable, que les permita reencontrar al Señor en la bondad de los demás.


6. Visitar a los encarcelados.
Cada mañana nos levantamos y corremos a los centros de estudio o trabajo, y posiblemente pasemos frente a un centro de reclusión en el que muchos de nuestros hermanos sufren la soledad y la indiferencia. Nuestra Santa Madre Iglesia nos llama a llevarles, no solo cosas materiales, sino el cariño de toda la comunidad a cada uno de ellos, para que se sientan parte del rebaño del Único Pastor.



7. Enterrar a los muertos.
Sepultarlos no significa olvidarlos, por el contrario, esta obra de misericordia coporal nos lleva a la obra de misericordia espiritual que nos invita a rezar por los vivos y los muertos. Al enterrarlos no debemos olvidar que es nuestro deber mantener sus sepulturas en buen estado, pues en ellas se contienen los restos mortales de aquellos que fueron Templo del Espíritu Santo.



http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html

martes, 10 de julio de 2012

Obras de Misericordia - Espirituales


Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf Is 58, 6-7: Hb 13, 3). 
Las obras de misericordia son 14 y se dividen en 7 Espirituales y 7 Corporales.

Obras de Misericordia Espirituales

Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espirituales, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. (Catecismo)

1. Enseñar al que no sabe.
Es importante que cooperemos con nuestros hermanos, pero es mas importante enseñarles a realizar por ellos mismos aquello que no saben. Por ello, enseñémosle a orar, a perdonar, a perdonarse, a compartir, etc


2. Dar buen consejo al que lo necesita.
Para dar buen consejo es necesario que nosotros mismos hayamos sido aconsejados por un director espiritual, que nos ayude a orar a Dios Padre, para que nos envíe su Santo Espíritu y nos regale el don de consejo. Así, bajo la guía del Señor, tanto nuestras palabras como nuestro actuar, serán un constante aconcejar a los que lo necesitan. 


3. Corregir al que se equivoca.

Muchas veces nos enojamos o reímos cuando vemos a algún hermano equivocarse, olvidándosenos que no somos perfectos e inevitablemente nos equivocaremos también. Pensemos, ¿nos gustaría que se rieran de nosotros?, definitivamente NO, así que, cuando alguien se equivoque corrijámoslo con amor fraternal para que no lo vuelva a hacer.


4. Perdonar al que nos ofende.
¡Que difícil!, tanto que Jesús nos dice que debemos perdonar 70 veces 7, es decir, SIEMPRE. Además en el Padre Nuestro, nos pone la condición de PERDONAR NUESTROS OFENSAS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. Así que, a perdonar, perdonar, perdonar.... 


5. Consolar al triste.
Jesús nos ha dicho: "Dichosos los que lloran porque serán consolados". El consuelo de Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos consuela. Pero, además, Dios se vale de nosotros para consolar a los demás. No se trata de decir: no llore, sino de buscar en las Escrituras, las palabras que mejor se adecúen a la situación. En los salmos podremos encontrar esa palabra de consuelo que requerimos, por eso, es conveniente recitarlos y meditarlos constantemente.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
¡Que fácil es ver la paja en el ojo del prójimo y no vemos la viga en el nuestro!. Cuando seamos capaces de disimular los defectos de nuestro hermano, estaremos colaborando en la construcción del Reino del Señor. Tengamos paciencia con los ancianos, los niños, el vecino, el compañero de trabajo y ellos la tendran con nosotros, en nuestros defectos.


7. Rogar a Dios por los vivos y los difuntos.
Cuando escucho a mis hijos orar pidiendo a Diosito por nosotros, por sus hermanos, por sus compañeros de escuela y por sus abuelitos ya fallecidos, me siento agradecido de saber que muchos elevan una oración al Creador por mi y por mis familiares o amigos que se me adelantaron a la casa del Padre. Cada oración es una intercesión, y el Señor nos pide que oremos unos por otros para mantenernos firmes en la fe, así como El oró por Pedro para que una vez confirmado, le ayudara a sus hermanos.


http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html







viernes, 6 de julio de 2012

Santa María Goretti


María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación.
Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época.
Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.
Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.
Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.
Amor intenso al Señor
María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante.
Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.
La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, iqué mal habla esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.
Pureza eterna
Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras.
Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!
Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños.
María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.
Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprende.
Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.
El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:
-"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.
-"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué? -¡sígueme!
-Si no me dices lo que quieres, no te sigo".
Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:
-No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.
Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:
-Si no te dejas, te mato.
Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:
-¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.
Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.
María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.
En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa. La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.
Sufrimiento redentor
Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.
María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?
En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue diciendo:
-¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.
El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.
Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria.
Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.

La conversión de Alessandro
En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar:
-"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!". Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un duro!"
Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.
Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.
Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".
En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.



domingo, 1 de julio de 2012

CRISTO VIVO!...


San Lorenzo de Brindisi, momento en el que el niño Jesús se le aparece durante la Misa. Del pintor alemán Gebhard Fugel


"En una ocasión, cuando mi confesor celebraba la Santa Misa, como siempre vi al Niño Jesús en el altar desde el momento del ofertorio. Pero un momento antes de la elevación el sacerdote desapareció y se quedó Jesús y cuando llegó el momento de la elevación Jesús tomó en sus manitas la Hostia y el Cáliz y los levantó juntos y miró hacia el cielo y un momento después vi otra vez a mi confesor, y pregunté al Niño Jesús dónde estaba el sacerdote mientras no lo veía. Y Jesús me contestó: 'En Mi Corazón'. Sin embargo no pude comprender nada más de aquellas palabras de Jesús".

Fragmento del Diario de Santa Faustina Kowalska,"La Divina Misericordia en mi alma".

Todos sabemos que el sacerdote, cuando celebra la Misa lo hace en persona de Cristo, es decir, que es el mismo Cristo el que celebra la Misa. Por eso aquí vemos que en el momento más importante de la celebración, el sacerdote desaparece y queda solo Jesús, que se ofrece al Padre eterno.

Nosotros tenemos que rezar y ofrecernos por la santificación de los sacerdotes, pues a través de ellos es que fluye la Misericordia de Dios al mundo. Ellos cada día 'sostienen' con sus manos a Cristo vivo, glorioso y resucitado, en estado de víctima.

¿Cómo no emocionarnos cuando vemos a un sacerdote cerca de nosotros? Cristo nos pide nuestras manos y pies para mostrarse al mundo. Pero las manos del sacerdote son las manos de Cristo de forma 'singular'. Y ¿Qué creemos que estamos haciendo cuando vamos caminando en fila, hasta el sacerdote que nos da la comunión?

Veamos una pequeña reflexión del Card. Cañizares Llovera, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos:

'¿Qué harías si te hallaras delante de Jesucristo en persona? ¿Le abrazarías? ¿Le besarías? ¿Saldrías corriendo? ¿O te postrarías a sus pies? Estas preguntas no son baladíes, pues cada vez que un católico se acerca a comulgar, cuando se aproxima al sacerdote que está distribuyendo la Sagrada Comunión, se está acercando a Jesucristo en persona.

Se encuentra bajo las especies de pan y vino, pero es Él mismo. Si se nos presentara en carne y hueso, ¿le cogeríamos en brazos? ¿Por qué, entonces, algunas personas lo toman ellos mismos con sus propias manos? ¿No sería más natural, de acuerdo con la reacción lógica que tendríamos ante Jesucristo en carne y hueso, postrarnos de rodillas ante Él y recibirle directamente en la boca, sin atrevernos siquiera a tocarle?'

Según el Cardenal, eso se debe "al sentido que debe tener la comunión, que es de adoración, de reconocimiento de Dios". "Es sencillamente saber que estamos delante de Dios mismo y que Él vino a nosotros y que nosotros no lo merecemos".

Comulgar de rodillas y en la boca es para él una "señal de adoración que es necesario recuperar. Yo creo que es necesario para toda la Iglesia que la comunión se haga de rodillas". "De hecho, si se comulga de pie, hay que hacer genuflexión, o hacer una inclinación profunda, cosa que no se hace", nos dijo el Cardenal.

De acuerdo a nuestra fe es como actuamos. Si sabemos que Cristo está realmente presente, vivo en la Eucaristía, y hasta Isabel se sintió indigna de la visita de la Madre de su Señor: “Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ‘... ¿cómo he merecido que venga a mí la Madre de mi Señor?’” (Lc. 1, 42). ¿Quién somos nosotros, indignos de poder 'comer' al Dios vivo y verdadero para que nos proporcione Su vida?

Si al nombre de Jesús deben doblar su rodilla "los seres del cielo, de la tierra y del abismo", con mucho más motivo debemos arrodillarnos en presencia de quien posee dicho nombre: Jesucristo mismo, sacramentado. Que nuestras palabras, actos, gestos, en una palabra, toda nuestra vida, sea alabanza de Su gloria.

Dios nos siga bendiciendo.

De mi amgio y hermano Alejandro María 
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