Apenas ha comenzado el año 1924. Una hermana Marcelina al borde de la muerte, recibe la visita de una ‘bella Señora’ trayendo en sus brazos a un Niño que lloraba. Ésta le concedió la sanación como testimonio para que diera a conocer su ‘mensaje’. Sor Elisabetta relató: “La Virgen me ha dicho que Jesús llora porque no es lo suficientemente amado, buscado, deseado, incluso por las personas que le están consagradas”
...
En Cernusco, la alcoba donde se produjo la aparición fue transformada en Capilla, una estatua de la Virgen,
confeccionada especialmente según las indicaciones de la Vidente,
recuerda a todos el mensaje del que la Virgen las ha hecho depositarias.
En Cernusco sul Naviglio, una localidad cercana a Milán, se encuentra la
casa natal del Instituto Marcelino convertida en casa de reposo para
monjas enfermas y ancianas.
SOR ELISABETTA RADAELLI
Allí, una joven Hermana, Sor Elisabetta (1897 – 1984), enferma
desde hace dos años, se precipita ya hacia el término de su vida:
paralizada, ciega desde un año atrás, minada por un mal que no perdona.
Nacida en Arcore, en la baja Brianza, dentro de una familia humilde y
muy religiosa, Elisabetta entró muy joven en la Congregación. Diestra
bordadora, pero igualmente dispuesta para todo servicio, luego del
noviciado fue asignada a la casa de Riva San Vitale, como asistente de
los niños del asilo.
Mas cayendo pronto gravemente enferma, fue transferida a Cernusco sul
Naviglio, la primer casa de la Congregación, convertida desde 1902 en
casa de cuidados y reposo para las hermanas ancianas. A pesar de la
esmerada atención que se le impartiera, Sor Elisabetta empeoró tanto,
que a principios de 1924 se había perdido toda esperanza de curación.
Estoicamente paciente en sus múltiples sufrimientos, había sido también
afectada por humillantes disfunciones orgánicas.
LA PRIMERA APARICIÓN
El 6 de enero de 1924, muy entrada la noche, las otras
religiosas de la congregación oyen a la Hermana Elisabetta hablando en
voz alta. Piensan que está soñando. Pero ella no duerme; sino
que conversa –como dirá a la mañana siguiente- con una ‘bella Señora’
que ha ido a visitarla. La ‘Señora’ anima a la hermana a aceptar
de buen grado su sufrimiento por amor a Dios. ¡Le infunde tanta
confianza!. Sor Elisabetta se encomienda a sus oraciones y le dice: - ¡Señora,
qué buena es Usted!. Récele Usted que es tan buena. Estoy segura que si
Usted le ruega, el Señor escuchará mis plegarias, porque Él tiene
compasión de los enfermos!...
La Señora la alienta: - Reza, confía y mantén la esperanza: regresaré entre el 22 al 23 - (Sor Elisabetta entiende entre el 2 y el 3 del mes siguiente).
La Hermana entonces, olvidándose de sí, ruega a la Señora que vaya a
confortar a las otras enfermas. La Señora sonríe y –como dirá luego Sor
Elisabetta- ‘se marcha discretamente’.
La mañana siguiente, la Hermana enfermera, en su informe sobre
esa noche refiere: -“Sor Elisabetta anoche hablaba en sueños, en voz
alta”.
La paciente asombrada interviene: -“¡Pero
no! No soñé. Estaba hablando con la Señora que vino a visitarnos a las
enfermas. La he visto; me habló y vendrá entre el 2 y el 3...”.
Sor Elisabetta estaba ciega desde hacía más de un año: ¿cómo podía ‘haberla visto’? Se creyó que todo había sido un sueño. Pasó la noche del 2 al 3 de febrero; Sor Elisabetta esperó en vano la visita de la buena Señora. Esto convenció aún más a las Hermanas de la Casa que la pobre enferma lo había soñado y no se habló más del asunto. En cambio, Sor Elisabetta se dijo: -“No ha venido porque no he sido suficientemente buena...”.
Las hermanas atribuyeron el relato a una alucinación producida por el
mismo mal que la atormentaba desde hacía tanto, y que incluso ya la
había dejado ciega. Sor Elisabetta calló y aguardó en silencio.
LA SEGUNDA APARICIÓN Y CURACIÓN
Entretanto, la enfermedad avanza rápidamente. Llegamos a la noche del 22
al 23 de febrero. Desde hace quince días, la parálisis progresiva ha
privado a la Hermana incluso del uso de la palabra, de la deglución y de
cualquier movimiento de los miembros, imposibilitándola por completo. El
Médico que la atiende, en vista del agravamiento de los síntomas había
declarado: -“Es cuestión de horas, sigamos vigilándola”.
De hecho, dos religiosas velan junto a su lecho: la hermana enfermera y
otra más que se convertirán así en testigos del prodigioso evento.
Son apenas pasadas las 23:45 hs. La enferma sufre un estremecimiento, las hermanas se alarman temiendo le inminencia del fin.
Sor Elisabetta emite un grito: -“¡Oh, la Señora, la Señora!”.
Y se produce textualmente el diálogo que sigue:
- ¡Te había dicho que vendría entre 22 al 23!
- Oh, ¿del 22 al 23? Yo había entendido que era entre 2 y 3.
Breve silencio.
Sor Elisabetta, súbitamente:
- Pero Usted... Pero Usted... pero Usted es la Virgen! ... es la Virgen...
La Santa Virgen sonríe melancólica. Otro silencio.
- Oh, la Virgen, la Viren con el
Niño... pero el niño (Sor Elisabetta se entristece, casi llorando) el
Niño llora... ¿llora por mí? ¿Llora por mis pecados?
El Niño está sujeto entre los brazos maternos, su larga túnica nívea se
pierde en el manto de la Virgen; desde sus ojos ruedan dos gruesas
lágrimas surcando sus mejillas; los labios cerrados en el afligido
llanto.
A las ansiosas palabras de la Vidente la Virgen responde:
- No, el Niño llora porque no es
suficientemente amado, buscado, deseado, incluso por las personas que
les están consagradas... tú debes decir esto!
Sor Elisabetta no capta la misión que la Virgen quiere encomendarle y exclama:
- ¡Señora, Señora, lléveme al Paraíso!...
- Allí irás, pero debes permanecer aquí para decir esto.
La hermana ahora comprende, pero considera su miseria, su incapacidad y siente un pánico inmenso.
- ¡Oh, Señora –insiste- yo soy la última de todas, no soy nada, soy una carga para mi Comunidad: lléveme al Paraíso!
- ¡Debes quedarte para decir esto!
- Pero Señora, quién va a
creerme?...soy una ignorante... no soy nada... ya ni siquiera soy capaz
de hablar; ¿quién va a creerme?
Silencio de parte de la Virgen que la mira enternecida y triste.
A esta altura, Sor Elisabetta confiesa que, desesperada en el alma por
no saber cómo conciliar el deseo de la Virgen con su incapacidad
intelectual y física –durante el coloquio ella se creía muda y
agonizante-, ya en el colmo del dolor, de pronto se esclareció y se
atrevió a decir:
- ¡Oh, Señora, déme una señal
La Virgen sonríe benévola, pero siempre triste.
Se inclina ligeramente hacia la Hermana y le dice:
- ¡Te devuelvo la salud! – y se desvanece con el Hijo Divino.
La Vidente confesó que sintió entonces un dolor terrible en todo
el cuerpo, al que siguió una sensación de bienestar y de vida que la
inundó por completo. Se levantó de la cama y se dirigió a las
Hermanas que la acompañaban, quienes estaban profundamente conmocionadas
al haber oído su parte en el diálogo:
- ¡Estoy curada, estoy curada: la Virgen me ha curado!
Eran aproximadamente las 0:15 hs.
LAS REACCIONES POSTERIORES
La
Superiora, llamada por un simple –“Venga, venga”- de la enfermera, se
precipita en la habitación de Sor Elisabetta, creyéndola in extremis, y
la encuentra de pie, frente a ella, resplandeciente y con los ojos
iluminados por un brillo inusual.
Le abraza impetuosamente al tiempo que le dice:
- Superiora, Superiora, la Virgen
me ha curado y me ha dicho que diga... que diga que Jesús llora porque
no es suficientemente amado, buscado, deseado, incluso por las personas
que les están consagradas.
– Y al cabo de un breve silencio añade - ¡Qué lagrimones, qué lagrimones, pobre Jesús! – mientras describe con los dedos en arco el grosor y el trayecto de las lágrimas.
Luego de esta declaración, que tomó por escrito la Superiora, a
Sor Elisabetta se la llamo al más absoluto silencio sobre el suceso.
Transferida enseguida al colegio de Via Quadronno en Milán, Sor
Elisabetta, fidelísima al compromiso asumido, recomenzó una vida de
intensa labor en la asistencia a las alumnas y la oración.
La Virgen ‘se abrió camino por si misma’, como dijo el beato Cardenal Schuster, informado del caso.
La habitación donde se había producido la aparición se convirtió en
meta de peregrinación de todos los devotos habitantes de Cernusco.
Transformada en Capilla, se colocó allí una estatua policroma de
la Virgen con el Niño llorando (de aquí el título de Virgen del Divino
Llanto) según la descripción brindada por Sor Elisabetta. Junto
a esta Capilla, a fin de brindarle consuelo, ella misma fue transferida
en el último período de su enfermedad, que la condujo a la visión de
Nuestra Señora y Madre María que tanto la había amado.
De este modo la Virgen, que fue la inspiradora de Monseñor Biraghi, para
la fundación de las Marcelinas, hoy les pide a ellas que repitan al
mundo su maternal invitación para buscar, desear y amar a su Jesús,
único Salvador para la humanidad extraviada.
La Congregación de las Marcelinas ha recogido el mensaje divino con amor y compromiso.
Innumerables ex votos atestiguan cuánto aprecia la Virgen ser honrada bajo el título de Madre del Llanto Divino.
http://foros-virgen-maria.blogspot.com/2009/01/nuestra-seora-del-divino-llanto-italia.html
http://www.marcelline.org/sito-istituto/mx/luce-alto.htm
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