El Manto de María es una
delicada capa de virtudes y santidad perfectas, tejida con los hilos más finos.
Su Manto está formado por el algodón de la humildad, por el blanco lino de la
pureza, la seda del amor y sujeto con la fuerte cuerda de la obediencia.
¡Cómo rabia el tentador ante Ella, tan sólo contemplarla huye
despavorido! ¡Qué desilusión se llevó la cruel bestia infernal cuando vio que
no pudo tener dominio sobre tan Augusta Doncella! Designada estaba desde Su
Concepción a ser Inmaculada, sin la más mínima mácula de pecado. Así lo quiso
Dios, porque creó en Ella su propia Casa, custodiada día y noche por los
guardianes celestes. María, Predestinada y Santa, Madre Pura e Inmaculada.
María sigue hoy queriendo compartirnos el Abrigo de Su Manto.
Todo aquello que Dios le dio, desea derramarlo sobre nosotros, que somos sus
hijos. La humilde, la pura, la Toda Santa, desea abrigarnos bajo el manto de
sus virtudes.
Quien
permanezca bajo el Manto de María queda protegido de toda acechanza, de toda
preocupación, nada le hace temblar. Nada malo puede traspasar la fina capa de
María Santísima, ¡nada!
¡Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios,
Protectora de todos los que te escuchan y a ti se confían, no desprecies las
súplicas que te presentamos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos ahora
y siempre de todos los peligros, Virgen Gloriosa y Bendita!
¡En Ti confiamos, nos acogemos, esperamos, y a Tu
Doloroso e Inmaculado Corazón, María, nos consagramos!
Alejandro María
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