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sábado, 2 de febrero de 2013

¡Y a ti misma una espada te traspasará el alma!




Nos ha visitado la luz que nace de lo alto, ha venido al mundo para librarlo de las tinieblas y la desesperación en el que yacía. 


Él alumbra a todo hombre. La Virgen Madre de Dios tenía en sus brazos la luz resplandeciente y con toda generosidad y caridad la entregó a los hombres para su salvación. Siendo entregado por nosotros, cada hombre debe llevar al prójimo la luz de Cristo. 

Nuestras manos sostienen hoy un cirio encendido representando el resplandor del Verbo Eterno del Padre, y la luz y pureza de nuestra alma que se une a Cristo.

¡Y a ti misma una espada te traspasará el alma! dice Simeón a María Santísima. Este pasaje nos recuerda que no hay ofrecimiento sin cruz. El amor requiere entrega, sacrificio, cruz. Pero no todo termina ahí. Después de la muerte, la resurrección, la luz eterna de la gloria que no se extingue jamás y que alumbra a cada corazón.

"¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!" (Sal 24,7). 

María Santísima, cuando llegue el momento de partir hacia Cristo, Luz del mundo, llévanos en tus santas y venerables manos para dejarnos en la presencia del Señor.

Dios nos siga bendiciendo

Alejandro María 

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