Después, cuando subí al Cielo, ella me faltaba, y yo le faltaba a ella. Entonces, ella vino directamente en alma y cuerpo a reunirse conmigo. Yo no pude hacerlo de otra forma. Así tenía que ser.
Las manos que habían tocado a Dios no podían paralizarse. Los ojos que habían contemplado a Dios no podían permanecer cerrados. Los labios que habían besado a Dios no podían ser cerrados. Ese cuerpo puro que había dado cuerpo a Dios no podía podrirse en la tierra… Yo no pude. No era posible. Hacerlo me hubiese costado demasiado.
Y aunque yo sea Dios, yo soy su Hijo. Además, dijo Dios, es por mis hermanos los hombres que yo he hecho esto; par que tengan una Mamá en el Cielo. Una verdadera madre, la Mía, como una de las suyas, con cuerpo y alma.
Michel QUOIST. “Patapon", revista católica mensual para niños
Ediciones Tequi, Francia.
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