La Virgen María gastaría muchas horas de su día en las labores domésticas
Dice San Lucas en su Evangelio que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret (cfr. Lc 1, 26), a una virgen llamada María, para anunciarle que iba a ser la madre del Mesías que todos los judíos esperaban, el Salvador.
Hace unos dos mil años Nazaret
era una aldea desconocida para casi todos los habitantes de la tierra.
En ese momento la Roma imperial brillaba llena de esplendor. Había
muchas ciudades prósperas en las orillas del Mediterráneo. El bullicio
de mercaderes y marineros inundaba muchas calles y plazas de ciudades
portuarias o emporios comerciales. Nazaret, en cambio, era un puñado de pobres casas clavadas en unos promontorios de roca en la Baja Galilea.
Ni siquiera en su región tenía una gran importancia. A algo más de dos
horas de camino a pie se podía llegar a la ciudad de Séforis, donde se
concentraba la mayor parte de la actividad comercial de la zona. Era una
ciudad próspera, con ricas construcciones y un cierto nivel cultural.
Sus habitantes hablaban griego y tenían buenas relaciones con el mundo
intelectual greco-latino. En cambio, en Nazaret vivían unas pocas
familias judías, que hablaban en arameo. La mayor parte de sus
habitantes se dedicaban a la agricultura y la ganadería, pero no faltaba
algún artesano como José, que con su ingenio y esfuerzo prestaba un
buen servicio a sus conciudadanos haciendo trabajos de carpintería o
herrería.
La casa de María
La casa de María era modesta, como la de sus
vecinos. Tenía dos habitaciones. La interior, era una cueva que servía
como granero y despensa. Tres paredes de adobe o mampostería adosadas a
la roca delante de esa habitación interior sostenían un entramado de
ramas, maderas y hojas que servía de techo, y formaban la habitación
exterior de la casa. La luz entraba por la puerta. Allí tenían algunos útiles de trabajo y pocos muebles. Gran parte de la vida de familia se hacía fuera, a la puerta de la casa, tal vez a la sombra de una parra que ayudaría a templar el calor del verano.
Casi todos sus vecinos tenían una casa similar. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz parte del antiguo Nazaret. En
las casas se aprovechaban las numerosas cuevas que presenta el terreno
para acondicionar en ellas sin realizar muchas modificaciones alguna
bodega, silo o cisterna. El suelo se aplanaba un poco delante de la cueva, y ese recinto se cerraba con unas paredes elementales. Posiblemente las familias utilizarían el suelo de esa habitación para dormir.
Oraciones de la mañana
La jornada comenzaba con la salida del sol. Alguna
oración sencilla, como el Shemá, y enseguida se iniciaba la dura faena.
El Shemá es una oración, tomada de la Biblia, que comienza en hebreo por
esa palabra, y dice así: “Shemá Israel (Escucha Israel), el Señor
nuestro Dios es uno solo Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu
corazón estas palabras que hoy te digo. Incúlcaselas a tus hijos y
háblales de ellas estando en casa o yendo de viaje, acostado o
levantado. Atalas a tu mano como signo, ponlas en tu frente como señal.
Escríbelas en las jambas de tu casa y en tus puertas” (Dt 6, 4-9).
Preparación de la comida
Una de las primeras tareas a realizar cada jornada, después
de la oración, era la preparación del pan, alimento básico de cada día.
Para eso, María, como solían hacer las mujeres, comenzaría por moler el
grano de trigo o cebada para hacer la harina. Se han encontrado algunos
molinos domésticos, de piedra, de la época de nuestro Señor, que se
utilizaban para esta tarea. Después la harina se mezclaba con agua y un
poco de sal para formar la masa, a la que se añadía —excepto durante la
fiesta de la Pascua— una pizca de levadura. Con la masa
fermentada se hacían unas tortas muy delgadas, o unos panecillos, que se
cocían en el horno o enterrados en unas brasas, y se comían recién
hechos.
La comida de cada día sería bastante parecida a la que conocemos
actualmente en las regiones mediterráneas. El pan se partía con la mano,
sin utilizar cuchillo, y se tomaba solo o con aceite, y acompañado por vino, leche, fruta, y cuando era posible por algo de carne o pescado.
La leche se solía guardar en odres hechos con pieles de cabra cosidas, y
se bebía directamente de los mismos. Lo más probable es que casi
siempre al tomarla estuviese ácida. De la leche también se obtenían la mantequilla y el queso, que eran alimentos básicos allí donde había ganados,
como en Galilea. Otro elemento importante en la alimentación de
aquellas gentes era el aceite. Y también se tomaban las aceitunas
conservadas en salmuera. El aceite se llevaba incluso cuando se
iba de viaje, en unas botellitas planas de arcilla de forma parecida a
una cantimplora. También era frecuente beber vino, que solía ser fuerte,
y por eso se tomaba habitualmente rebajado con agua, y a veces mezclado
con algunas especias, o endulzado con miel.
Entre los guisos más habituales estaban los de garbanzos o lentejas. Las verduras más conocidas eran las habas, los guisantes, los puerros, las cebollas, los ajos, y los pepinos. La carne que más se solía comer era la de cordero o cabra, y algo la de gallina.
Las frutas más habituales eran los higos, los dátiles, las sandías y
las granadas. Las naranjas, hoy tan abundantes en aquella zona, todavía
no eran conocidas en la Galilea en la que vivió Santa María.
Antes de comer cada día, se solían recitar unas oraciones para dar gracias a Dios por los alimentos recibidos de su bondad.
La bendición de la mesa se hacía más o menos en estos términos:
“Benditos seas, Señor, Dios nuestro, rey del Universo, que nos has dado
hoy para comer el pan, fruto de la tierra”. Y se respondía: “Amén”.
Transporte del agua y lavado de la ropa
Para la preparación de la comida, un trabajo duro que era necesario realizar cada día era el transporte del agua. La fuente de Nazaret estaba a cierta distancia, algo más de quince minutos andando desde las casas de la aldea. Posiblemente María
iría allí cada mañana a llenar su cántaro, y regresaría a su hogar
cargándolo sobre la cabeza, como es costumbre en la zona, para seguir su
trabajo. Y algunos días tal vez tuviera que volver a sus inmediaciones en otros momentos del día, para lavar la ropa.
La ropa que tendría que lavar María sería la que utilizaban ella, José y Jesús. La vestimenta habitual estaba compuesta por un vestido o túnica interior, amplia, que solía ser de lino. Caía hasta las rodillas o pantorrillas. Podía ser sin mangas o con mangas hasta la mitad del brazo. La
túnica se ceñía al cuerpo con una especia de faja, hecha con una franja
larga y ancha de lino, que se enrollaba varias veces alrededor del
cuerpo, pero no siempre ajustada de modo liso, sino que en
algunas de esas vueltas se formaban pliegues, que podían utilizarse para
llevar el dinero. Sobre la túnica se llevaba el vestido exterior, o manto, de forma cuadrada o redondeada, que habitualmente era de lana.
La mayor parte de los días de María fueron, sin duda, totalmente normales. Gastaba
muchas horas en las tareas domésticas: preparación de la comida,
limpieza de la casa y de la ropa, e incluso ir tejiendo la lana o el
lino y confeccionando la ropa necesaria para su familia.
Llegaría agotada al final del día, pero con el gozo de quien sabe que
esas tareas aparentemente sencillas tienen una eficacia sobrenatural
maravillosa, y que haciendo bien su trabajo estaba realizando una tarea
de primera magnitud en la obra de la Redención.
http://www.primeroscristianos.com/index.php/blogs/francisco-varo-pineda/item/1362-un-dia-en-la-vida-de-la-virgen
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