Una breve introducción para comprender mejor el sentido de este día en la Semana Mayor
Con la misa vespertina del Jueves Santo da inicio el triduo
pascual, que es la preparación a la pascua y el comienzo de su
celebración.
Este día nos recuerda la Última Cena del Señor con sus discípulos
para celebrar la Pascua, que para los judíos representaba la
conmemoración de la liberación de Egipto. Siguiendo la costumbre, Pedro y
Juan siguieron las disposiciones de Jesús y cuidaron que todo estuviera
correctamente dispuesto para la cena.
La preparación que nosotros debemos realizar es de carácter
espiritual, Jesús nos invita al banquete pascual y desea que, al igual
que los apóstoles, estemos debidamente dispuestos para participar
intensamente en el sacrificio de la Misa, acudir al sacramento de la
penitencia y recibir la Sagrada comunión, pues nosotros también somos
discípulos.
El jueves por la mañana se celebra la Misa Crismal en las catedrales,
llamada así porque en ella se hace la consagración de los óleos que han
de usarse para los sacramentos del bautismo, confirmación u ordenación,
mismo que puede usarse para la unción de los enfermos.
El obispo es quien encabeza la ceremonia acompañado de los sacerdotes
de todas las parroquias que pertenecen a su diócesis y los
representantes religiosos de la localidad, además de los diáconos,
ministros y seglares, todos ellos representando la unidad y fraternidad
de la Iglesia.
La celebración Crismal se concentra en el sacerdocio ministerial. De
los sacerdotes depende en gran parte la vida sobrenatural de los fieles,
solamente ellos pueden hacer presente a Jesucristo sobre el altar
convirtiendo el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo y
perdonar los pecados. Aunque éstas son las dos funciones principales del
ministerio sacerdotal, su misión no se agota ahí: administra también
los otros sacramentos, predica la palabra divina, dirige
espiritualmente, etc.
También se hace alusión a sacerdocio común de todos los fieles, ya
que participan de alguna manera del sacerdocio de Cristo y de la misión
única de la Iglesia; todos están llamados a la santidad; todos deben
buscar la gloria de Dios y trabajar en el apostolado, dando con su vida
testimonio de la fe que profesan.
Después del evangelio y la homilía, el obispo invita a sus sacerdotes
a renovar su compromiso ministerial, prometiendo unión y fidelidad a
Cristo, celebrar el santo sacrifico en Su nombre y enseñar a los fieles
el camino de la salvación.
Propiamente, el triduo pascual comienza con la misa vespertina de la
cena del Señor, donde se conmemora la institución de la Eucaristía. A
diferencia de la misa crismal, esta celebración se realiza en las
parroquias y en las casas religiosas.
El lavatorio de los pies forma parte de la ceremonia, el Maestro
asume la condición de siervo, para eso, para servir, dejando muy en
claro a sus discípulos que la humildad es indispensable para ejercer
plenamente el ministerio recibido de sus manos. Servir antes que desear
ser servido, no es una condición exclusiva para los sacerdotes, es la
doctrina que todos los fieles deben llevar a la práctica.
La Eucaristía es el centro de nuestra vida espiritual, sabemos que
Jesús está real y verdaderamente presente con su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad bajo las especies del pan y del vino. Así lo dijo a
los apóstoles con las palabras de consagración que ahora repiten los
sacerdotes en la Santa Misa, este es mi cuerpo…, esta es mi sangre…,
hagan esto en memoria mía.
Por eso, nosotros sabemos que al visitar el sagrario nos disponemos
al encuentro personal, frente a frente con el mismo Cristo, que siempre
nos espera dispuesto a escuchar nuestras alegrías, penas, planes,
propósitos, todo.
Nuestro propósito de este día y para siempre, puede ser el de
prepararnos cada día para recibir mejor la Sagrada Eucaristía, asistir
con mayor disposición a la Santa Misa para aprender las enseñanzas de
Cristo, o tal vez, visitar con más frecuencia el sagrario aunque sea un
minuto. Son muchas las devociones eucarísticas, vivirlas y fomentarlas,
es la mejor manera de tratar al Señor, de hacer crecer nuestro amor por
Él y de llevar a otros hasta su presencia.
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