Enséñame, oh María
Auxiliadora, a ser dulce y bueno en todos los acontecimientos de mi vida; en
los desengaños, en el descuido de otros, en la falta de sinceridad de aquellos
en quienes creí, en la deslealtad de aquellos en quienes confié.
Ayúdame a olvidarme
de mí mismo para pensar en la felicidad de otros; a ocultar mis pequeños sufrimientos
de tal modo que sea yo el único que los padezca.
Enséñame a sacar
provecho de ellos, a usarlos de tal modo que me suavicen, no me endurezcan ni
me amarguen; que me hagan paciente y no irritable; que me hagan amplio en mi
clemencia y no estrecho y despótico. Que nadie sea menos bueno, menos sincero,
menos amable, menos noble, menos santo por haber sido mi compañero de viaje en
el camino hacia la vida eterna.
Amén.
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