Aquellos defectos, personales o ajenos que no puedes corregir, debes tolerarlos con paciencia hasta que Dios lo ordene de otro modo. Puede acontecer que esto sea mejor para tu resignación y conformidad, porque de otra manera serían de poco valor para tus méritos.
Si alguno que tú amonestaste una o dos veces, no se enmienda, no te pongas a pelear con él, sino encomiéndalo a Dios, para que en todos nosotros, sus siervos, se cumpla su voluntad y la gloria de aquel que sabe transformar el mal en bien.
Procurar ser paciente para soportar los defectos y las debilidades del prójimo, cualesquiera fueren, pues tú también tienes muchas imperfecciones que los otros deben aguantar.
Si tú no alcanzas a ser lo que deseas, ¿cómo puedes exigir de los demás que sean conformes a tus aspiraciones?. Exigimos a los demás la perfección, pero nosotros no enmendamos nuestros defectos. Queremos que los demás sean estrictamente corregidos pero nosotros no.
(Tomas de Kempis, La imitación de Cristo, pág. 50-51)
Fuente:
Píldoras de Fe
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