Yasy había nacido con un pequeño mal incurable; amaba los astros.
Desde pequeña quería la Luna y vivía para ella. Cuando ésta no aparecía en el cielo, Yasy lloraba insomne las noches enteras.
Y cuando el pálido satélite surcaba raudo la inmensidad cubierta de estrellas, la enamorada se vestía con las mejores galas, y pasaba la noche entera en celeste idilio con el astro. Entonces era hermosísima y la Luna le daba a su rostro un halo sobrenatural.
Así los dos se amaron mucho tiempo. Hasta que un día Yasy desesperada de vivir tan lejos de su celestial amante, decidió ir en su busca.
Subió a uno de los árboles más altos y desde él tendió los brazos para que el astro la recogiera. Pero fue inútil. Entonces bajó y trepó a la cima más alta de la montaña y allí esperó el paso de la Luna, pero también fue en vano.
Descorazonada y vencida volvió al valle y allí caminó largo tiempo, sus pies desgarrados por las piedras y las espinas, manaban abundante sangre.
En su marcha llegó a un lago de aguas límpidas. Se miró en ellas y vio su imágen reflejada al lado de la Luna. ¡Era el milagro!. Sin vacilar se arrojó a sus brazos, pero la imágen se desvaneció y las aguas se cerraron sobre ella cubriendo para siempre su imposible sueño.
Tupá, compadecido de aquel gran amor, la transformó en Yrupé con hojas de forma de un disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal. De noche cierra sus pétalos cubriendo las manchas de sangre de sus heridas, pero cuando la Luna aparece, las abre, y todavía platíca con ella.
Paraguay en Fotografia-álbum Mitos y Leyendas
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