Una golondrina que cantaba muy alto en un árbol
del bosque, vio a un hombre que caminaba con una cajita negra
misteriosa.
Bajando la golondrina hasta pararse en el hombro del señor,
le preguntó:
"¿Qué tienes en la cajita negra?"
"Gusanos" contestó el
señor. "
¿A cómo son?" preguntó la golondrina.
"Muy buen precio.
Solamente te cuesta una pluma".
La golondrina pensaba dentro de sí, "Debo tener como un millón y la mayoría son chiquititas. Seguramente una pluma no me
hace falta. Aquí tengo la oportunidad de comer sin trabajar". Buscando
la pluma más chiquita, la haló, cerrando los ojos por el dolor. Pero al
comer el gusano gordito se olvidó del dolor y pronto estaba alto en los
ganchos del árbol cantando tan bellamente como antes.
El día
siguiente volvió a ver el mismo hombre caminando por la bosque con la
cajita negra y una vez más cambió una plumita por un gusano. Pensaba la
golondrina, "¡Qué buena vida! ¡Y sin trabajar!"
Y así fue por
muchos días. Cada vez que se sacaba una pluma, menos le dolía, pero con
más dificultad volaba. Al tiempo ya no podía alcanzar la parte más alta
del árbol. El hombre con la cajita negra ya no venía porque ya no le
quedaban más plumas para negociar por gusanos. Ahora le daba trabajo
conseguir comida para vivir y ya no cantaba, avergonzada de su
condición.
Amigo lector, así son los malos hábitos y los vicios. Se
apoderan de nosotros. Son dolorosos al principio pero al tiempo son
fáciles, hasta que nos roban de la habilidad de volar y cantar.
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