—Mi mujer
muy contenta, gracias a Dios. ¿Los niños? La pequeña
ya pronto cumple 3 años, y sigue muy obediente en todo. En
cambio, no sé qué hacer con el que tiene 5 años.
—¿Le
ocurre algo?
—Llora continuamente.
Cuando le pegan en la escuela no sabe defenderse y se encierra en
sí mismo. Otras veces en casa llora apenas le decimos que no
a algo que quiere.
—Habla con
él. No “de hombre a hombre”, pero sí como
papá.
—Lo hago
en ocasiones. Comprenda que llego tarde y cansado del trabajo.
Busco
un momento para ver si le pasa algo, si puedo darle un consejo. Pero
lo siento distante. Parece que no encontramos un modo para entrar
“en sintonía”. Me escucha, pero no sé si me
comprende. Tampoco sé si acepta lo que le digo, o si tiene
algo dentro de sí que le hace encerrarse cada vez más
en sí mismo.
El sacerdote
quedó un momento en silencio. No era la primera vez que escuchaba
a un padre de familia con problemas a la hora de hablar con sus hijos.
Y los problemas siempre se hacían mucho más serios cuando
llegaba la adolescencia.
Luego, como si
hubiera recibido una luz superior, abrió los ojos y miró
a su amigo.
—Mira, Manuel,
estamos ante algo que puede ser normal o que puede ser más
serio. Pero en los dos casos, tenemos un camino muy grande, como cristianos,
para vivir cualquier situación familiar: la oración
continua con el Espíritu Santo.
—No crea
que no rezo por mi familia, especialmente por el mayor.
—Sí,
eso es muy, muy importante. Pero lo que quiero decir es otra cosa.
Se trata de rezar así: “Espíritu Santo, ayúdame
a comprender a cada uno de los miembros de mi familia. Ayúdame
a escuchar lo que hay en el corazón de cada uno. Ayúdame
a saber cuándo debo callar y cuándo debo hablar. Dame
luz para que sepa decir a cada uno lo que más necesite, para
escuchar con cariño a todos”.
—Es una
oración muy bonita. De verdad es que tenemos un Consuelo muy
especial en el Espíritu Santo.
—Y un Amigo
que sabe dar mucha más luz de la que imaginamos. Por eso, cuando
vas a hablar con tu hijo, comenta con el Espíritu Santo qué
puedes preguntar, cómo comprender mejor al hijo, qué
decir y cómo decirlo. Verás que te da una gran ayuda.
—Sí,
la necesito, pues eso de ser padre es como una nueva carrera. Yo pensaba
de mí que era una persona madura, que ya sabía lo que
es la vida. Sin embargo, tengo que aprender continuamente nuevas cosas
a la hora de tratar con los hijos.
—La verdad
es que siempre estamos aprendiendo, Manuel. También yo, como
sacerdote, necesito “estar al día” para afrontar
los mil problemas de la vida de tantas personas. Pero lo importante
es no dejar de lado lo esencial. Tú, yo, tu hijo, todos, vivimos
desde el Amor de Dios y caminamos hacia el Amor de Dios. Si nos acercamos
a Dios, si le “tomamos la mano”, se hace un poco más
fácil el camino.
—Gracias,
padre. Ya me esperan en el coche. Rece por mí y por mi familia.
—Rezo siempre
por todos. Ojalá que así, en la oración, nos
encontremos siempre unidos. Por cierto, ¿rezas con tu hijo?
Verás que es una de las experiencias más bonitas. Incluso
la más “educativa”, pues así no sólo
tú rezas por el hijo, sino que rezas con el hijo y con todos.
El Espíritu Santo no puede desoír la oración
de una familia. Y si puede entrar entre vosotros, encontrarás
fácilmente nuevos caminos para hablar con tu hijo, y tu hijo
tendrá cada vez mayor confianza y alegría de vivir entre
unos padres que lo aman y que le ayudan a amar a Dios.
Fernando Pascual,
L.C.
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