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sábado, 21 de marzo de 2015

¿Y cómo puedo educar a mi hijo?



El sacerdote estaba fuera de la iglesia. Saludó a Manuel, un parroquiano al que conocía desde niño, y le preguntó por la familia.

        —Mi mujer muy contenta, gracias a Dios. ¿Los niños? La pequeña ya pronto cumple 3 años, y sigue muy obediente en todo. En cambio, no sé qué hacer con el que tiene 5 años.

        —¿Le ocurre algo?

        —Llora continuamente. Cuando le pegan en la escuela no sabe defenderse y se encierra en sí mismo. Otras veces en casa llora apenas le decimos que no a algo que quiere.

—Habla con él. No “de hombre a hombre”, pero sí como papá.

—Lo hago en ocasiones. Comprenda que llego tarde y cansado del trabajo. 

Busco un momento para ver si le pasa algo, si puedo darle un consejo. Pero lo siento distante. Parece que no encontramos un modo para entrar “en sintonía”. Me escucha, pero no sé si me comprende. Tampoco sé si acepta lo que le digo, o si tiene algo dentro de sí que le hace encerrarse cada vez más en sí mismo.

        El sacerdote quedó un momento en silencio. No era la primera vez que escuchaba a un padre de familia con problemas a la hora de hablar con sus hijos. Y los problemas siempre se hacían mucho más serios cuando llegaba la adolescencia.

        Luego, como si hubiera recibido una luz superior, abrió los ojos y miró a su amigo.

        —Mira, Manuel, estamos ante algo que puede ser normal o que puede ser más serio. Pero en los dos casos, tenemos un camino muy grande, como cristianos, para vivir cualquier situación familiar: la oración continua con el Espíritu Santo.

        —No crea que no rezo por mi familia, especialmente por el mayor.

        —Sí, eso es muy, muy importante. Pero lo que quiero decir es otra cosa. Se trata de rezar así: “Espíritu Santo, ayúdame a comprender a cada uno de los miembros de mi familia. Ayúdame a escuchar lo que hay en el corazón de cada uno. Ayúdame a saber cuándo debo callar y cuándo debo hablar. Dame luz para que sepa decir a cada uno lo que más necesite, para escuchar con cariño a todos”.

        —Es una oración muy bonita. De verdad es que tenemos un Consuelo muy especial en el Espíritu Santo.

        —Y un Amigo que sabe dar mucha más luz de la que imaginamos. Por eso, cuando vas a hablar con tu hijo, comenta con el Espíritu Santo qué puedes preguntar, cómo comprender mejor al hijo, qué decir y cómo decirlo. Verás que te da una gran ayuda.

        —Sí, la necesito, pues eso de ser padre es como una nueva carrera. Yo pensaba de mí que era una persona madura, que ya sabía lo que es la vida. Sin embargo, tengo que aprender continuamente nuevas cosas a la hora de tratar con los hijos.

        —La verdad es que siempre estamos aprendiendo, Manuel. También yo, como sacerdote, necesito “estar al día” para afrontar los mil problemas de la vida de tantas personas. Pero lo importante es no dejar de lado lo esencial. Tú, yo, tu hijo, todos, vivimos desde el Amor de Dios y caminamos hacia el Amor de Dios. Si nos acercamos a Dios, si le “tomamos la mano”, se hace un poco más fácil el camino.

        —Gracias, padre. Ya me esperan en el coche. Rece por mí y por mi familia.


        —Rezo siempre por todos. Ojalá que así, en la oración, nos encontremos siempre unidos. Por cierto, ¿rezas con tu hijo? Verás que es una de las experiencias más bonitas. Incluso la más “educativa”, pues así no sólo tú rezas por el hijo, sino que rezas con el hijo y con todos. El Espíritu Santo no puede desoír la oración de una familia. Y si puede entrar entre vosotros, encontrarás fácilmente nuevos caminos para hablar con tu hijo, y tu hijo tendrá cada vez mayor confianza y alegría de vivir entre unos padres que lo aman y que le ayudan a amar a Dios.


Fernando Pascual, L.C.

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